A M. García le gustan los ritmos tribales,
desfigura la cara al son de los tambores,
más tarde fabricará nuevos instrumentos
con la negra piel de sus anfitriones.
Sus amigos son muertos en el viento,
su familia cabalga junto a Hades.
M. García para en las vías de servicio,
pregunta por la joven asesinada,
por su novio paralítico,
se ríe de las desgracias...
Un camarero sureño
muestra un enorme cuchillo,
le pide que se marche.
M. García abraza al destino
y pinta de rojo
las paredes de la cafetería.
No eres nada para M.García,
si él así lo decide.
Otorga la paz a quién huye de ella,
y maldice al resto mientras relame
un hueso de pollo frito.
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