No cuento fábulas.
Desde que el oleaje gris y escabroso de la consciencia se desvaneció
no encuentro más que soledad en mi propio retiro,
y me disperso en corrientes sin sentido,
me inyecto el sonrojo de la coacción
directo al espectro del alma.
Cuento las jornadas,
las bautizo,
distancio así unas de otras en un carrusel molesto
de alternancias nimias.
Siempre indagando,
eternamente pendiente
de consecuencias irracionales,
de reconocimientos vanidosos,
desarrollos morales
que limitan
la paranoia.
Convendría frenar,
en seco, de golpe,
mirar al cielo
y extirpar las raíces
empobrecidas
que apenas me sustentan,
debería anular la identidad
que me resguarda
y frente al espejo
hacer examen
de conciencia,
mirarme a los ojos,
con franqueza,
y asumir,
sin resentimiento,
sin fanatismo,
asumir,
que el mundo
es
una
mierda,
que la vida
es un envite aterrador,
un corto éxodo
por ejidos brunos,
sin esperanzas,
sin pautas,
sin instrucción.
Destrozar las manos aplaudiendo,
ahuyentando las razones que nos concretan.
Escapar de la trampa en la que anido,
la servidumbre consciente donde se extingue mi albedrío.
Porque he perdido,
sin tener jamás posibilidad alguna de ganar,
por lo que doy gracias, manso y derrotado,
de todo corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario