El blanco ojo
divisa el valle,
ilumina las oquedades
y reclama
desde su inaccesible
órbita,
la sangre inocente
de los habitantes.
El pueblo al anochecer no huele a leña, las ventanas empañadas, los secretos escondidos tras gruesas cortinas.
Sombras y muertos,
sombras y muertos,
corren salvajes por las calles,
y lloran, anémicos,
los que regresaron con ausencias.
AMANECE
De la mano solía viajar con él una pequeña sombra,
como de niño,
que le consolaba después de cada plenilunio.
Escondía entonces en una nube los sentimientos malditos,
los que destruyen y coaccionan,
y cada atardecer rezaba
para que sobre los montes lejanos de Sierra Morena,
se condensaran las entrañas,
y la penas
y los llantos
se precipitaran sobre las grises rocas...
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