Las siento, las pisadas, las siento vibrar, tímidos compases de una danza tan antigua como el odio, tan lejana como el amor, tan frágil como la cordura. Y por esas mismas aceras por las que se exhibe la vida, la juventud, las ganas de abrazar Madrid y yacer con ella, por esas mismas aceras, en las que montañas de trapos y cartón se vuelven fortalezas inexpugnables, por esas mismas aceras... planeo, evitando cualquier roce con la humanidad, a fin de no contaminar la felicidad dogmática con mis recursos equivocados.
Lo siento en el alma, un olor pegajoso a incertidumbre. Las aceras solitarias son pistas desoladas por donde transita la esperanza. Siento el final de este viaje, lo siento, en la presión ocular, en los dedos, en la boca, lo siento, en el particular divagar de los días, en la profunda aversión a los reflejos, lo siento:
Por las aceras, viaja un hombre sin anhelos.
En el alma siento
el olor viscoso
del aislamiento.
Las pisadas.
Las oigo palpitar.
Tímidos compases de una danza
arcaica como el odio,
frágil como la cordura.
Aceras/escaparates
de la vida, de la juventud,
de la ambición
por ser Madrid.
Aceras/presidios
donde trapos y cartón
se vuelven fortalezas
inexpugnables.
Siento
el final de este viaje.
En la presión ocular, en los dedos,
en la boca, lo siento…
En el particular divagar de los días,
en la profunda aversión a los reflejos,
lo siento…
Y me cubro de inocencia.
Y suplico
Cualquier contacto
con la humanidad.
Un poema bestial, Israel. Me ha parecido fascinante igualmente esa forma de introducirlo. Muy bueno.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Ramón, leí tu último poema en ALAIRE, y si a alguien que escribe como tú le gustó el poema me llevo una doble alegría.
ResponderEliminarUn abrazo.