Me equivoco, cierro los ojos queriendo apagar el universo, queriendo completar la ecuación perdida que sin resolver me retuerce el alma hasta el hueso. Soy ignorante en las verdades más sencillas, soy ignorante en las mentiras descaradas, en las piedades ocultas de la rutina humana. Pero en la monstruosa urbe construyo con pequeños granos de arena una presa de magnitud desbordante, a un lado quedarán los seres luminosos, la sociedad sonriente, aquella capaz de actuar, de crear, de amar, de vivir entre la gente absorbiendo el calor del roce, la inagotable fuente de alimento que produce el contacto gradual de la piel con la piel.
El otro lado es solo mío,
bajo el manto blanco de un cielo de Enero,
cruzaré calles y aceras- túneles de viento-
con el gorro de lana calado, las manos en los bolsillos.
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