miércoles, 3 de abril de 2013
EL PARQUE
En el parque zanganeaban los pequeños lanzándose arena,
tirando piedras,
las mamás jóvenes les reprendían
y el sol lúbrico de Mayo, recorría sus agradables contornos.
Los pájaros observaban desde sus atalayas arbóreas,
impasibles,
pendientes de los charcos,
pendientes de los gusanos.
A media mañana aparecían los viejos con sus temblores,
periódico en mano,
con sus aburridas vidas sostenidas por años de compromiso,
de sacrificio.
Examinaban los bancos,
sombra si hacía calor, solecito si frío,
y acurrucaban las horas observando al jardinero,
ocasionalmente un pecho generoso de grueso pezón se exhibía,
y la imagen de ternura maternal emitía pequeñas descargas testiculares,
como caricias en un miembro anestesiado.
Ese parque aún existe,
sus columpios oxidados son el recuerdo
-su memoria-,
lo ciñen rios de asfalto y las madres, los niños, los ancianos
lo atraviesan sin detenerse.
En su lugar,
generaciones vecinas de hombres vencidos
- válidos y sanos-
matan las horas, escapando de la humillación del desahucio,
escapando de las miradas de sus hijos que preguntan,
que se preguntan, ¿a qué se dedica mi padre?,
escapan de si mismos, de la frustración, del desconsuelo,
de las preguntas sin respuestas
que golpean
cada madrugada
contra las ventanas.
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