jueves, 16 de mayo de 2013
La distancia -o cómo despertar en una cama de hielo-
Ahora que estoy áspero,
corroído en el desierto de la indiferencia,
ahora que necesito más que nunca el aliento,
siento el sumidero enorme que nos aísla,
siento la distancia apagada que resulta
de confrontar verso e inmundicia.
Porque ya no cimento ciudades,
las devoré
o me devoraron,
-olvidé la secuencia-
no construyo ciudades,
ni quimeras,
ni esbozo las fracciones
de sublimación del alma.
Me eternicé postrado, herido por cuchillos certeros,
y quebré los espejos,
esnifé el último reflejo, empachado, deprimido,
consciente de ver la causa en el problema,
cansado de esperar el aplauso
sin merecerlo,
fracturado,
por no juzgar la realidad.
Y aunque avanzada se encuentra la fábula
es el momento de ser riguroso,
concluir esta penitencia cordial
y calcinar las naves.
Me alegro por los que partieron,
conquistaron espacios inexplorados de melodía y simetría,
escucharon su voz interior sobrecogidos
ante la capacidad extraordinaria de trocar la razón en arte.
Mi voz,
mi voz interior fuma, bebe, blasfema,
mi voz interior apenas declama con claridad
ni expone nada.
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