miércoles, 2 de octubre de 2013

Connecting people

Pedro disparó, tenía a Celia a un par de metros de distancia… 

Unos minutos antes el tren que llegaba de León tuvo una seria avería, parados en medio de la nada, con Madrid divisándose a lo lejos, los pasajeros fueron trasladados en autobuses hacia la estación de Atocha, donde trabajaba Hernán. 

Hernán limpiaba baños, era su trabajo, quitar día tras día la mierda de los retretes, dejar el suelo lo menos pegajoso posible, y pasar desapercibido entre las multitudes que caminaban  por la gran estación. Se veía a sí mismo como un superhéroe, con un  superpoder, la invisibilidad, aquella tarde tuvo que trabajar una hora más, llegaban los autobuses con los pasajeros del tren de León, entre ellos una joven mulata que detuvo su corazón tan sólo con una mirada. 

Cuando Joanha llegó a Madrid lo primero que vio fue a un desagradable hombrecillo gordo y mal afeitado limpiando el suelo, cerró los ojos, sabía que fuera le esperaba una vida nueva, que tras aquellos ventanales se alargaba majestuoso el Paseo del Prado, La Latina, sus teatros, sus locales… Joanha sabía que aquella ciudad se rendiría a sus pies, cuando pisó por primera vez la Gran Vía, emergiendo de la estación de metro de Callao, imaginó su nombre en las marquesinas de los teatros, imaginó las fiestas de los estrenos, imaginó imaginó… tan en su mundo de ensueño se encontraba que tropezó con el vagabundo de los perros. 

El vagabundo de los perros no tenía nombre, vivía desde hace más tiempo del que podía recordar bajo el saliente de un edificio de la Gran Vía, su casa eran los cartones, sus amigos el viento y la lluvia, su amante la soledad. Aquella chica mulata que le había pisado el pié debió sentirse mal  y le soltó cinco euros, comería caliente, se levantó cansado, siempre estaba cansado,  ató a los perros al banco de madera, sabía que no se moverían de allí, llevaban muertos varios años. Cruzó la calle, en el restaurante chino de Yun eran amables con él, y por cinco euros le darían sopa, tallarines y algo de carne. 

Yun aquella mañana tenía mucha prisa, un familiar suyo, un primo lejano viajaba desde Shangay hacia Londres pero su avión hacía escala en Madrid durante todo un día. Yun cocinó desde bien temprano, arregló su casa, compró flores y nerviosa se dirigió al intercambiador de autobuses, no veía a su primo desde que eran pequeños, y el recuerdo que guardaba de él era muy agradable, largas tardes de verano, en el pueblo, con sus abuelos, saltando y jugando como niños salvajes. En el mismo momento que Yun vió a su primo un policía de paisano le pidió los papeles, ruborizada, casi avergonzada le enseñó al agente su DNI, llevaba en España quince años, el policía, joven, novato se lo devolvió. 

Pedro salió de la academia hacía unas semanas, todo un año estudiando en Ávila no le había preparado para pedir la documentación a otra persona sólo por ser diferente y no sentirse violento por ello. Su compañera, algo mayor que él pero con mucha experiencia se llamaba Celia, y era quién al final de todo un año elaboraría el informe que le convertiría en policía.Pedro estaba enamorado de Celia, desde el primer segundo, desde la primera vez que le miró a los ojos, en ese momento comprendió que la vida sólo tendría sentido a su lado. Pero Celia estaba casada, felizmente casada con un conductor de trenes, su marido hacía la ruta Madrid-León y hoy llegaría tarde a causa de una avería. 

Cuando Pedro escuchó el grito era tarde, un encapuchado retenía a Celia, desenfundó el arma… 

Pedro disparó, tenía a Celia a un par de metros de distancia…

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