martes, 21 de octubre de 2014

Natsuki y la nostalgia

Natsuki estudia en la prefectura de Shiga.

Sus días son destierro, voluntad y abatimiento.

Cuando la luna empapa de cruda plata las montañas
deposita su voluntad en manos de Tanuki,
abre de par en par la única ventana de su imperceptible habitación
y danza por los techados camino de Kyoto.

Deja tras de sí las escarpadas cordilleras,
el sinuoso río que serpentea abriendo camino
hacia el oscuro mar.
A lo lejos, luces de ciudad silencian la noche
tiñendo de olvido un tiempo de misterio.
Recuerda por qué sus amigos y familiares
se alejaron de los húmedos bloques de cemento,
de las cicatrices aceradas que el asfalto provocó
en el hermoso rostro de la antigua capital.

Natsuki sobrevuela el antiguo templo Ryōan-ji
donde tiempo atrás sus hermanos  confluían en meditación,
peina la blanca arena con la quietud del pensamiento,
calle abajo,
cerca del río,
aún perduran las huellas del pasado imperial,
las estrechas calles entorno a  Hanamikoji
despiertan los sentidos con la rojiza luz de los faroles.

Desde la pagoda de Kiyomizu-dera Natsuki se estremece,
cierra los ojos y escucha el suave batir de alas
de una bandada de grullas,
el tráfico a cámara lenta sintoniza con el latido de la ciudad,
y entre los árboles perdidos de jardines ocultos
susurros y llantos, gemidos y risas,
el silbido poderoso del acero cuando corta el viento…

...la tristeza perdida, lo hermoso…

Cuando el sol aparece cubriendo de matices el horizonte
Natsuki coge altura y balancea su cuerpo atravesando las nubes,
vuelve a su futón,
al apartamento diminuto en la prefectura de Shiga,
mientras sus anhelos recorren cautivos los corredores
de Fushimi Inari-Taisha.

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