jueves, 19 de noviembre de 2015

Apoyado en la barandilla del barco la pesadumbre
se manifestaba de manera innegable en mis gestos,
voces que en otro tiempo fueron la base estable
sobre la que cimentar una vida,
perdieron todo el sentido,
a lo lejos la costa se hacía visible.

Cuando tocamos tierra
entre rostros acreditados creí disiparme,
busqué consejo en las visiones de reinos pasados
y un manojo de cálidas sonrisas
templaron mi ánimo,
al final de la calle,
levantada con piedras grisáceas,
reparé en la estación abandonada.
Al atravesar sus puertas me sumergí
en el translúcido paso de almas en tránsito,
y en una de las gradas laterales
sentí una mano cálida,
y un beso.

No salí solo del edificio,
un cielo de borrasca vaciaba su cólera contra el mar azabache,
corrimos hacia la playa
en el preciso momento que desconectaron los cables,
justo a tiempo para ver cómo los dinosaurios
caían fulminados en la orilla.
Golpeaban la arena con sus largos cuellos,
como grandes rascacielos que desplomados
formaban torbellinos de fina arena,
un momento tan triste como hermoso.

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