miércoles, 11 de noviembre de 2015

Las calles,
arenas movedizas
bajo el casual deseo de los cascotes,
crepúsculos de tránsito,
relentes carmesíes en los muros,
braille contrapuesto,
impresiones de hemoglobina
bajo las nubes del asesinato.

Como roedores sin cloaca
equidistantes entre el desaliento
y la congoja,
ocultas,
escondiendo las ilusiones
tras puertas blindadas...

… existimos.

Cae la noche,
un manto de podredumbre
transita las ruinas,
caminos que fueron
son teatros
de pánico,
el silencio afilado,
resonancias opacas que amenazan
con estrangular los gemidos,
los sollozos.

Invisibles,
agazapados,
en nidos-nichos
tratamos de dormir,
ahogando la consciencia
en el agua sucia de los charcos,
inhalando el intenso hedor a muerte.

Despunta,
y un sol ultrajado
calienta partículas de polvo
en suspensión,
chispea barro rojizo,
y una canción atronadora
destruye los tímpanos,
homínidos sin equilibrio vagabundean
por las aceras,
arrastran los pies, aguantándose en las paredes,
una burla amarga que nace del individuo
y se propaga
con independencia
del entorno.

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