sábado, 6 de abril de 2019

Me sonríes desde el umbral, es una sonrisa dulce, cálida, casi homicida...

En la calle está lloviendo,
Madrid no se merece esta lluvia sanadora,
pero llueve,
y las golondrinas, recién llegadas del reino de Golondria,
se esconden entre las hojas aceitosas de los árboles.
Sabes que siempre soñé con ser gato,
y me miras,
buceas en mis cloacas,
sabes que pienso en desnudarte,
que añoro el sabor de tus jadeos,
el contorno desquiciante de tus labios verticales,
y mantienes la mirada disfrazando de tristeza
el asco que te produzco.

No podría tenértelo en cuenta.

En Madrid sigue lloviendo y los edificios se estremecen,
no son charcos lo del asfalto,
son pozos de lágrimas de ojos mortecinos,
miento si digo que son los míos,
los chicos no lloran,
vuelvo a mentir,
soy yo el que no puede hacerlo.

Escucho los susurros del viento,
envenenan los mentideros,
eras el látigo que buscaba ulcerar la podredumbre,
lo intentaste al menos...

...y se agradece.

Tal vez el reflejo que vomita el espejo es tan sólo un motivo,
un destello de crudeza adherido en la fina piel del miedo,
y tú sólo quieras acariciar mis manos,
besarme las mejillas,
mientras prosigo en el empeño de derribar imperios a cabezazos,
tiñendo de rojo las aceras,
regando las flores raras,
impotente ante la descarnada bofetada de tedio
que esquivo cada noche.

Descienden mis pensamientos desde la cima de este montículo,
y se desvanecen las ideas, traicionando uno a uno
los preceptos morales que jamás me creí,
quisiera destrozar el coche contra la pared,
como en aquella película de Fatih Akin,
o perderme en las Cascadas del Purgatorio
con una botella de Bourbon y una caja de diazepam,
tal vez sea sólo un cobarde que se siente aislado,
un botellazo en la boca,
un retrasado que quiso adentrarse en la profundidad de tus ojos
y quedó atrapado en la imposibilidad.

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