A doce kilómetros de la Puerta del Sol
encuentro entre lodos
el paisaje inmortal del pasado,
un vistazo gris
a las sopas de cebolla,
al olvido...
Entretejen con envolturas de cobre
un nido eficaz para las ratas.
Simbiosis anormal en un cuento
donde las hadas huelen a humo,
y las princesas, adornan con manchas de barro
sus plumas y brillantinas.
Aún así, es impecable el ánimo,
si entornáramos los ojos parecería incluso
un canto a la libertad
en su pureza más extrema.
Y cuando llega la noche
se escuchan las risas, los mayores se unen,
-combaten el frío-
los niños, numerosos y calentitos,
viven los sueños de un Peter Pan comatoso,
donde Campanilla es un recién nacido
y el capitán Garfio se muere de miedo.
Llora el niño descalzo,
del mar de lodo,
del llanto cansino y la taza alzada
sólo pide agua.
Le miro con el brillo del sol invernal
en los ojos
incapaz de hacer nada.
Tan sólo a doce kilómetros
de la Puerta del Sol.
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