La mar
estaba en calma, después de aprovisionar en Madeira lo peor parecía estar
hecho. La tarde caía lentamente en un anaranjado remanso de quietud cuando la
sangre brotó. Primero fue un destello fugaz, después el ensordecedor sonido de
las balas silbando, y en cuestión de segundos, la carabela de Don Diego Borrel,
gran almirante del reino de Aragón, flotaba en una nube de astillas y humo.
El caos se
apoderó de la tripulación, los marineros corrían desorientados, heridos, algunos
con miembros amputados se arrastraban por el suelo entre sollozos mientras los
oficiales intentaban poner orden. Una de las andanadas había abierto varias
vías de agua en la línea de flotación, cruel presagio del final de la contienda.
Estaban solos, en una misión desesperada en la que ya no creían pero que podría
terminar con aquella guerra.
La Santa
María de los Milagros era una presa fácil, apenas contaban con cuatro piezas de
artillería y la munición escaseaba. No estaba equipada para la batalla, llevaba
sobrepeso en las bodegas, alimentos y bebida para al menos ocho semanas, apenas
tenían esperanzas.
Don Diego
mandó poner rumbo a las costas de Portugal, se hundirían lo más cerca de
tierra, luego llamó a los oficiales. Tres naves se acercaban, la embarcación
más rápida, con la bandera del reino de Castilla ondeando sobre un estandarte
de la nobleza genovesa, les daría alcance antes del amanecer, el abordaje sería
inevitable.
La noche
caía, luna nueva bajo un manto de poderosas estrellas. Los hombres no
encontraban nada reconfortante en lo que pensar, algunos, los que llevaban más
tiempo en la mar, decidieron no dejar ni una gota de vino en sus bodegas,
preferirían morir borrachos que ver cómo aquellos toneles caían en manos de
Neptuno, o peor aún en manos de aquellos mercenarios genoveses. Los niños
sollozaban escondidos, para muchos era la primera vez que se embarcaban, y aún
recordaban Barcelona, sus casas cercanas al puerto y sus familias.
Los oficiales
se reunieron en cubierta. Bajo la luz de las velas abrazaron al joven Juan, hijo
ilegítimo de Don Diego y almirante del reino de Aragón. En sus manos llevaba un
cofre pequeño de bronce y unas cartas de navegación. Sumido en un silencio casi
espectral subió al bote, su padre lo miraba con lágrimas en los ojos desde el
puente, Portugal no debía estar a más de cinco millas, podría llegar a remo si
la suerte le acompañaba. Luego hubo toque de queda, se apagaron todas las luces
a bordo, al menos durante la noche tratarían de ser invisibles
Solo,
ciego en la oscuridad, con el alma retorciéndose en el estómago y con el
destino de su familia apretado contra su pecho, el pequeño bote se perdía en la
inmensidad mientras a lo lejos destellos azulados rompían la quietud, la
batalla había comenzado y él huía.
Sentía que
todo aquello era una locura, que nunca debieron involucrarse en aquella guerra
absurda, se descubrió llorando de rabia, con las manos agarrotadas por la
humedad y el frió, mirando el cofre y pensando si no sería mejor tirarlo por la
borda, junto con las cartas, pero aquello era todo lo necesario para darle la
vuelta a la contienda, la sucesión del reino, el futuro de la Beltraneja
dependía ahora de él.
No le
despertó la tenue luz del incipiente amanecer sino el choque constante de
cuerpos y maderas contra la quilla del bote. El débil oleaje le había
arrastrado al lugar de la batalla, nervioso se asomó por la borda, esperando
quizás ver alguna vela en el horizonte, si esto ocurría, podía darse por
muerto. Ató las cartas al cofre, irían a parar al fondo del mar antes de caer
en manos inoportunas.
Le costaba
respirar, miraba en todas direcciones, pero no veía nada, no había rastro de
embarcaciones. Una gaviota de volar cansado dio un poco de tranquilidad a su
agitado corazón, la costa estaba cerca, agarró con fuerza el remo, apenas podía
hundirlo en aquella agua llena de cascotes. Estaba tan concentrado en avanzar,
en escapar de aquel infierno de muerte y
destrucción, que no escuchó el débil canto hasta pasado algún tiempo. Pensó que
eran alucinaciones, pero cada vez sonaban más claras las estrofas de aquella
canción que no lograba comprender
"Cieuve, bagneuve,
e gallinn-e fan e oeuve,
de ciungiu, de brunzu,
de ciumme de culumbu".
e gallinn-e fan e oeuve,
de ciungiu, de brunzu,
de ciumme de culumbu".
Juan se
asomó por la borda, no lograba descubrir la procedencia de aquella voz, el
batir de las olas sobre aquel siniestro manto de maderas y cadáveres lo
desorientaban, pero el canto cada vez se escuchaba más cercano:
"L'Angeu u pescava
e a Madonna a se bagnava.
Perchè ti te bagni?
Pe faa fermaa quest'aegua.
Aegua e ventu,
duman saià bun tempu:
andiemu da-u Segnuu
duve luxe sempre u suu!".
e a Madonna a se bagnava.
Perchè ti te bagni?
Pe faa fermaa quest'aegua.
Aegua e ventu,
duman saià bun tempu:
andiemu da-u Segnuu
duve luxe sempre u suu!".
Empezaba a
creer que deliraba cuando no muy lejos pudo ver el cuerpo semidesnudo de un
marinero agarrado a lo que hace poco fuera la traviesa de una puerta.
Remó con
fuerza, con rabia hacia él, estaba más lejos de lo que parecía, el bote
avanzaba con dificultad aunque el mar estaba en calma. Intentó ponerse en
paralelo con la traviesa para así poder izar a bordo al marinero, lo estaba
consiguiendo cuando se dio cuenta de que aquel pobre muchacho no estaba sujeto
a la madera. Una espada le atravesaba la espalda a la altura del hombro y se
clavaba en el travesaño inmovilizándole, una brutal herida que quizás le había
salvado la vida.
Juan tiró
de la espada con todas sus fuerzas y liberó al joven marino, consiguió subirlo
a bordo y lo tumbó despacio en la cubierta. El marinero no tendría más de
veintidós años, sus ojos expresaban el cansancio que su cuerpo rígido y
tembloroso, a causa del frío y la humedad, no dejaba ver. Farfullando pidió
agua.
Juan le
quitó las ropas mojadas, taponó su herida presionándola con el cinturón, y le
cubrió con su capa de lana, frotándolo para que entrara en calor. Después,
agotado, se dejó caer en uno de los bancos del bote y se quedó mirando al
marino.
- Tú no
eres de la Santa María de los Milagros, conozco a la tripulación- Juan escondió
con disimulo el cofre bajo el banco- ¿quién eres?
- Tu non sai chi
sono io- contestó el marino.
- Eres
genovés, del barco que nos iba a
abordar, debería volver a echarte al mar- no había rabia en las palabras de
Juan, más bien curiosidad por saber qué había pasado.
- Il mio nome
è Cristóforo Colombo, io vengo di Génova.
- No
entiendo bien tu idioma.
- Me llamo
Cristóforo, soy de Génova, aprendí questa
lengua en el barco con maese Ludovico, tu barco- cerró los ojos, parecía
recordar la trágica batalla.- io arrivé a
la nave con otros uomos, la pelea fue
dura. El capitán, un uomo bravo, me
hirió. En ese momento la última andanada que debía quedarle a Santa María de
los Milagros, mi ricordo, debió alcanzar de lleno a la Santa Bárbara,
todo saltó por los aires. Después mi si è dimenticato, olvidado.
- Debemos
llegar a la costa, allí podrán atenderte- una macabra idea cruzó la mente de
Juan, todo aquello era muy inesperado, estaba nervioso y asustado.
- ¿Tú ed io somos amichi?- en su interior Cristóforo sentía que algo no marchaba
bien-
-Claro,
claro- Juan sacó de su zurrón un mendrugo de pan y se lo acercó.
-Gracias,
necesitaba mangiar, la mia madre sempre decía: "se tu non
vuoi mangiare t´ammalerai", enfermarás, ¿entiendes?- Cristóforo se
reía mientras recordaba a su madre, y se señalaba la herida.
- Si,
entiendo- Juan esbozó una sonrisa con dificultad- ya se ve la costa, no
tardaremos mucho, ¿crees que podrás caminar?
- Sí, no
hay problema, io camino.
- No podré
quedarme contigo en Portugal, quizás me necesiten en Barcelona, la guerra...-Juan
no quería contar más de lo necesario- bueno, supongo que sabes de lo que te
hablo.
- Amicci, la guerra terminó hace unos
meses
-¿Qué?-
Juan estaba sorprendido
- Si, los
tuyos perdieron la batalla de Toro, más
tarde entregaron a Fernando el castillo de Zamora; hicieron lo mismo con todas
las piazas del centro del reino
¿dónde habéis estado para no enteraros?
- En otro
mundo- la preocupación hizo mella en el ánimo de Juan- entonces, ¿por qué nos
atacasteis?
- Ritornaramos a casa, pero al ver la
bandera de Aragón, los capitanes de las tres naves creyeron que a los uomos piace volver con algunas riquezas,
oro, esclavos, no sabían lo que llevabais, pero era toda una tentación, un solo
barco.
-Comprendo.-
el mundo se le vino encima a Juan, lo que habían pasado no servía para nada, aquel
viaje y toda la información recogida, guardada en el cofre y en las cartas, ya
no salvarían a su familia. No quería pensar qué había sido de ellos. Si seguían
vivos, con seguridad serían tachados de traidores.
No podía
regresar, estaba solo. Necesitaba tomar una decisión abominable.
- Cuando
te encontré estabas cantando algo- Juan quería desechar aquella idea, había
matado antes, pero en una batalla, de manera honorable, no a sangre fría, sin
embargo...
-Es una
canción típica de mi región. De Génova- Cristóforo sonreía al recordar su
tierra.
- ¿Qué
significa, qué quiere decir?
- Bien, no
se si podré traducirla bien, pero más o menos sería así- empezó a cantar:
Llove llove, banove
las gallinas hacen los huevos
de plomo, de bronce,
de plumas de palomo.
El ángel pescaba,
nuestra señora se bañaba.
¿Por qué te bañas?
Para hacer que se para aquesta agua.
Agua y viento,
mañana será tiempo bueno,
¡idos al Señor,
adonde ilumina siempre el sol!
las gallinas hacen los huevos
de plomo, de bronce,
de plumas de palomo.
El ángel pescaba,
nuestra señora se bañaba.
¿Por qué te bañas?
Para hacer que se para aquesta agua.
Agua y viento,
mañana será tiempo bueno,
¡idos al Señor,
adonde ilumina siempre el sol!
En ese
momento, Juan hundió su puñal en el pecho de Cristóforo. El marinero, entre
estertores miró a Juan, y tosiendo sangre le dijo:
- Amicci- después murió.
Juan tiró
el cadáver por la borda con lágrimas en los ojos, mientras se hundía sollozó
como nunca lo había hecho. Cogió el cofre y las cartas y se lanzó al agua. Llegó a nado a la costa,
cansado, destrozado moralmente se derrumbó frente a la casa de unos pescadores.
Dos días
después despertó en una cama de paja, a su lado, en una silla, estaban sus
pertenencias, se levantó y salió al exterior. Al verle, la mujer del pescador
mandó a su hija a llamar a su marido y corrió a abrazarle sorprendida.
- Mi
nombre es Cristóforo Colombo- mintió Juan, ahora tenía que cumplir la misión él
solo, olvidando el pasado, el destino le había dado una extraña oportunidad.
Convite
ResponderEliminarPassei por aqui, para lê o seu blogue.
Admirável. Harmonioso. Eu também estou montando um. Não tem as Cores e as Nuances do Vosso. Mas, confesso que é uma página, assim, meia que eclética. Hum... bem simples, quase Simplória. E outra vez lhe afirmo. Uma página autentica e independente. Estou lhe convidando a Visitar-me, e se possível Seguirmos juntos por Eles. Certamente estarei lá esperando por você, com o meu chapeuzinho em mãos ou na cabeça.
Insisto que vá Visitar-me, afinal, o que vale na Vida, são os elos de Amizade.
Deixe no comentário, o endereço do seu blogue, para facilitar, a retribuição em Segui-lo.
www.josemariacosta.com
Gracias por tu paso por mi blog, ya he visitado el tuyo y me parece muy interesante, es impresionante la cantidad de seguidores que tienes.
ResponderEliminarSeguiré visitando tu blog.
Obrigado.