lunes, 10 de septiembre de 2012

Nada.

La nada entre suspiros, la ciudad se vuelve tinieblas,
bajo farolas de negra luz paseamos, la nada y yo de la mano,
crueles escaparates con alma de espejo, 
el viento que barre las aceras revoltoso juega,
y de su sombra nacen gestos, burlas que me persiguen.

Menguo, mi cabeza entre las brumas de Avalon, 
vuelvo al piso.

Las paredes exudan irritación, encharcan los perfiles de las puertas
con la pastosidad del abandono,
entreabro la ventana para sentir el ruido del tráfico,
dulce aire penetra en el salón, la noche se centra,
manadas de felices cuerpos buscan cuevas de los deseos 
en las que brillar.

Un halo de luz cálida, eso es la ciudad, un halo de luz cálida
sobre un cuerpo en estado de shock permanente.

El horizonte.

Lo intuyo tras bloques de ladrillo blanco,
busco un punto de fuga para reinventar
la fe en el continuo espacio-tiempo,
y pienso en una vida normal,
filias y fobias engarzadas 
en un envoltorio de mansedumbre.


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