lunes, 18 de marzo de 2013


Respiración, consciente y controlada,
movimientos mecánicos,
cuento:
uno, dos, tres,...y aspiro
el aire dulzón de la ciudad.

Es una rutina, un ritual adaptado al ritmo frenético
de los amaneceres, una oración perdida
entre las sombras escondidas del metro.
Me siento, entorno los ojos y sumerjo la consciencia
bajo las guitarras sucias y la voz rasgada de Cobain,
un glorioso vestigio de una adolescencia trasnochada.

El vagón se vacía, hermosas presencias con faldas cortas,
con botas altas sobre medias tullidas me abofetean,
hoy es el dia -me repito- hoy es el dia...
y me relamo de impaciencia pensando en las puertas
por abrir, en los jardines por pisotear.
En el exterior todo se vuelve distante, el cielo
se torna gris, sólo el frío de octubre
me devuelve a la realidad terrenal.

Camino perdido,
y sin explicación aparente conozco el rumbo,
no es una contradicción,
es la suma de dos realidades que se funden
al comprobar que ante mí se divide el mundo,
por un lado la norma, seres mecanizados
de dulce mirada, parejas recompensadas
con la magia divina del amor, grupos de personas
que comparten gustos, verdades, preferencias,
un mundo imperfecto rebosante de perfección.

Las agónicas almas de una humanidad escondida
se sienta en el barro al otro lado.
Una pequeña parte de este mundo compartido
que devora y vomita a los que no quieren vivir uniformados,
los inadaptados sociales, las mentes intranquilas
que buscan agradar sabiendo
que el precio a pagar es la propia existencia.

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