Vuelven tristes y miserables con las manos derretidas,
con los ojos de fino rojo y santidad de oro empobrecido.
Vuelven serios, y cae la tarde sobre el olivo muerto.
Vuelven tristes, beben odres de sucia culpa,
prisioneros apáticos de la moral asqueada.
A los vampirizados altares de domingo,
de carne y sangre, vuelven.
No hay decadencia que resista la abrasión de la existencia,
no hay génesis sin apocalípsis, no hay polvo sin estrellas.
Vuelven tristes, pero vuelven, y volviendo envuelven
sus razones en plegarias, sus deseos en pecado.
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