No voy a quemar esfuerzos suspirando,
deduzco la reticencia en proporción,
eres belleza en estado puro, gracia
dulzura, misterio, el bálsamo perfecto
para serenar los arrojos del fuego,
para aplastar ceniza contra la tierra,
y reprimir que las nocivas toxinas
–entiéndase yo- sucumban en la orilla.
No voy a escribir que eres la alucinación
lúbrica de un dios muerto y engreído,
tampoco reclamaré penas a las musas,
eres lo que eres, tal cual, con el embrujo
de lo quimérico, con el infortunio
de lo inabordable, con la fascinación
del destierro, con el anhelo -personal-
de saquear, entre miradas, un gesto.
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