martes, 8 de octubre de 2013

Parte I

Aparcó En doble fila, no apagó el motor.
Caminando despacio por la acera, se dirigió al comercio de antigüedades que estaba al final de la calle, un pequeño local con una entrada angosta. La tienda no tenía escaparates, y sólo un letrero de neón a medio funcionar indicaba que en aquel lugar se llevaba a cabo alguna actividad empresarial, una puerta metálica cerrada invitaba a llamar al pequeño telefonillo de la derecha.

Era temprano, decidió hacer algo de tiempo y cruzó la calle, entró en el único bar que quedaba en el barrio y pidió un café, solo, con sacarina. El camarero, un personaje gordo, calvo, de cara bobalicona le sirvió con la esperanza de entablar conversación.

-Antes esta calle estaba llena de comercios, imagínese, había hasta restauranes.-rompió el hielo el camarero, ante el silencioso gesto de aprobación de su cliente intentó otra vía de conversación-y este frío, no es normal.

-Estamos en Enero, caballero.

-Es verdad, es verdad, si no hace frío ahora… por cierto, ¿sabes cómo quedó ayer el Atleti?

-Disculpe, pero no soy nada futbolero. ¿Sabes a qué hora abre la tienda de antigüedades?- preguntó Jacob mientras jugueteaba nervioso con su horrible reloj Casio de oro.

-Esa tienda lleva cerrada por lo menos un año, desde la última vez que la atracaron, Benigno, el dueño, cobró algo de dinero del seguro y marchó a Teruel, es de un pueblo cerca de la capital y…

- Vale gracias - interrumpió Jacob- ¿qué le debo?

-Seis euros, caballero

-¿Por un café?, vamos no jodas- le lanzó una moneda de dos euros sobre la barra- te puedes quedar con el cambio.

Jacob cruzó de nuevo la calle, pulsó el botón del telefonillo y la puerta emitió un breve zumbido previo a la apertura. Antes de entrar echó un vistazo al coche, el motor seguía sonando, discretamente, las maravillas de robar un híbrido. Empujó la puerta, instintivamente metió la mano derecha en el bolsillo del abrigo, se tranquilizó al notar el tacto frío del revolver.

Dentro le esperaba uno de los gorilas que trabajaban como portero de discoteca para la Fundación. Un amasijo de músculos sin expresión al que conocía de haberlo visto en algún otro trabajito para la Jefa. De un empujón le puso contra la puerta cerrada y le cacheó, al encontrar el revólver sonrió mientras emitía una especie de gruñido más cercano al  mundo animal que al humano.

-¿Esto pa que lo llevas, amigo?-mientras hablaba de su boca se desprendía una baba blanca, pegajosa, que se adhería a la comisura de los labios. Jacob no podía apartar la mirada, le daba mucho asco.

- ¡Que pa qué llevas esto! –repitió el gorila ahora más alto.

- Tú que crees, baboso, es mi llavero.

El gorila le soltó un guantazo con la mano abierta que lo tiró al suelo dejándolo  con un zumbido preocupante en el oído izquierdo.  Jacob se arrodilló, escupió en el suelo y se levantó.

-¿Qué coño crees que estás haciendo?-No había terminado de decir la frase cuando de nuevo un golpe seco, esta vez en la base del cráneo lo dejó tumbado sin conocimiento.
La puerta de la calle se volvió a abrir, entró una señora, al menos tenía setenta años y era muy corpulenta.

-¿Alguien le ha visto entrar?- preguntó.

- No jefa, a estas horas no hay nadie por la calle.

-¿Y el coche?

- Los “chapas” de la Fundación se están haciendo cargo de él, lo llevarán al desguacé de Hermann- contestó nervioso el gorila.

- Esta bien, está bien, lleva al muchacho a la casa rural- La señora echó un vistazo al gorila- bueno mejor  llama a Esteban, que lo recoja él, tú mételo en el maletero y regresa de inmediato, tengo planes para tí- la jefa se relamía juguetona mirando como los musculosos brazos del gorila se tensaban al levantar a Jacob del suelo.

Despertó con el sabor ferroso de la sangre en la boca, tenía la cabeza cubierta y las manos atadas, el último golpe le había dejado aturdido y aún sentía un zumbido molesto en el oído.

-Despierta bello durmiente, la Señora quiere verte-

Le condujeron a oscuras por lo que parecía un pasillo, casi podía tocar con los hombros ambos lados de la pared, debía ser muy estrecho, el matón golpeó la puerta con los nudillos y abrió.

-Lo siento jefa, no sabía que...

-Es que no puedes esperar a que te den permiso para abrir la puerta- la voz de la jefa sonaba agitada- quítale la capucha coño, parece un pitufo y me da grima.

La luz impactó en los ojos de Jacob de golpe, al principio apenas veía nada, bultos, borrosos contornos oscuros que iban tomando forma, delimitando una escena difícil de digerir en su estado, en cualquier estado, el gorila que le había golpeado sujetaba desnudo el cuerpo también desnudo de una señora de avanzada edad.

-Vístete, y acércame el vestido, tengo que hablar con este tipo. No te vayas muy lejos, odio terminar sin sexo oral.- Le guiñó un ojo al gorila quien ruborizado se tapó los genitales con la ropa y lanzó el vestido a la jefa.

-Bueno, señor... Jacob, lo que sé de usted es que está bien recomendado, que parece una persona eficaz en su trabajo y por lo que he oído lo suficientemente discreto para seguir con vida.

-Eso parece - dijo Jacob mostrándole las manos atadas a la señora.

La señora cogió un abrecartas y cortó las ligaduras, con un gesto invitó a Jacob a tomar asiento.

-¿Qué sabe usted de mi?- preguntó coqueta

-Bien -dijo Jacob- se que no usa ropa interior, que le gusta el sexo oral, que ya no cumplirá los sesenta. que me necesita para algo y que no sabe cómo pedir las cosas.

-Lo dice por la manera en que le hemos traído supongo- dijo la señora esbozando una falsa sonrisa- comprenda que vivimos en una ciudad con mucha delincuencia, no hay que escatimar en seguridad.

- Vamos que quería asegurarse de que no me seguía nadie- La señora asintió a Jacob.

-Al grano señor Jacob, mi nombre es Ana Latte, aunque todo el mundo me llama Señora o Jefa, mi negocio es simple, ofrezco una amplia oferta de productos para el ocio, productos igual de nocivos que otros pero de los que el Estado no saca tajada, ya me entiende.

- No me interesa - dijo Jacob reclinándose hacia atrás-

-Oh!, no, no se equivoque, no quiero de usted nada turbio, déjeme continuar- volvía a lucir la sonrisa falsa- tengo una nieta, mi adorable Petunia, ella no sabe nada de mi forma de vida, aunque me temo que su madre empieza a sospechar, el caso es que tenemos un problemilla con los socios marroquíes, Petunia quiere ir al viaje de fin de carrera con sus amigos de la Universidad, ha estudiado Trabajo social.

- Bien, bien, me parece estupendo- interrumpió impaciente Jacob- y qué quiere que haga exactamente, convencerla para que estudie algo con más futuro.

-Es usted muy ocurrente señor Jacob- ambos se sonrieron- pero si me vuelve a interrumpir saldrá de aquí con las rodillas rotas- las sonrisa se quedó sólo en el rostro de Ana- Continúo, el viaje de fin de curso es a Marruecos, de ahí mi preocupación, necesito a los míos aquí por el malentendido con los moros pero necesito a alguien que vigile a mi pobre Petunia con discreción.

- Lo siento, Señora Latte, tengo por costumbre no aceptar trabajos de clientes que me golpean, y amenazan a mis pobres rodillas, creo que me entenderá.- Jacob se levantó.

- Le pagaré cien de los grandes

-Cien de los grandes al estilo americano o al europeo.

- Al europeo, cien de quinientos, cincuenta mil euros por quince días de trabajo, casi lo mismo que un banquero- dijo despacio la señora.

- Y cual sería exactamente mi cometido - dijo interesado Jacob.

- Fácil, que sean unos días felices para Petunia, que disfrute con sus amiguitos de la universidad, y que, siempre que sea posible, no repare en su presencia.

- ¿Cuándo sale su nieta hacia Marruecos?

-Mañana, si acepta aquí tiene un billete en el mismo avión con destino a Marrakech.- la sonrisa de la señora se apoderaba del entorno- ¿Y bien?.

El avión llegó puntual al aeropuerto de Marraquech, Aunque llevaba una fotografía de Petunia facilitada por la Señora, no pudo hacer contacto visual con la chica, que viajaba en primera junto con el resto de compañeros de carrera. Jacob, encajonado en su asiento de ventanilla, en turista, estudiaba la fotografía. Petunia era muy atractiva, con un pelo rojizo y piel blanquísima, una pequeña nariz salpicada de pecas y unos enormes ojos verdes, le recordaba a una de esas modelos que salen en la televisión.
Nada más aterrizar Jacob se apresuró hacia la línea de recogida de equipajes, quería localizarla y comenzar así su pequeño encargo, al rato, entre una nube de jóvenes risueños, integrada en ellos como en una bandada de estorninos, apareció Petunia, Jacob se ocultó tras la fila de carritos, cuando la joven agarró su maleta Louis Vouiton y se unió al grupo de universitarios se dispuso a seguirla.

Les esperaba un guía, algo comenzaba a mosquear a Jacob, el guía acompañó a Petunia y a sus amigos hasta la puerta de una limusina, el mosqueo crecía, una docena de papparazzis no dejaban de tomar instantáneas, en ese momento Jacob se dio cuenta de que había cometido un error, el primero de los tres que cometería, y un acierto, que tal vez le salvara la vida.

Salió del aeropuerto y llamó a un taxi, en su lugar paró un viejo Renault 11 destartalado, y de un golpe le introdujeron en el asiento de atrás. No estaba solo.

-Te envía la vieja, eres el pago.- Dijo el acompañante con acento marroquí.

- No, no, creo que es una equivocación, yo vengo de vacaciones –Jacob empezaba a   ser consciente de haber cometido un segundo error.

-No pregunto, informo, te ha enviado la vieja, eres el pago.-Repitió aún más alto.

-¿El pago de qué?- Jacob buscaba tiempo, tanteando el tirador de la puerta, la ventanilla, todo cerrado.

-El asunto, ella debe zanjar el asunto, tú eres el pago, varón metro ochenta, A+ compatible, nos esperan.

Lo siguiente que sintió Jacob fue un pinchazo en el cuello, después un sueño pesado se apoderó de él.
Se despertó desorientado, estaba en una habitación pequeña, sin ventanas, tras la puerta podía escuchar pasos, conversaciones en árabe, un disparo.
Estuvo una hora encerrado, hasta que se abrió la puerta y entró el tipo del Renault 11 junto a un hombre con  una bata blanca. Le  sujetaron y el que parecía ser médico le extrajo sangre. Volvieron a cerrar la puerta y a dejar solo a Jacob.


La habitación tenía un sofá de cuero como mobiliario, y allí sentado, Jacob repasaba la jornada buscando explicaciones a lo sucedido, intentando encontrar alguna manera de salir vivo del asunto.

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