martes, 12 de noviembre de 2013

Las alcantarillas desprenden ese humo lechoso 
que asciende al espacio infinito...

Atajo por el Paseo de los Melancólicos, 
me detengo frente la puerta azul, 
aquella sin portero automático, 
donde me sonreíste 
y el mundo se volvió un jardín perfecto.  

Y la noche cae sobre el manto de niebla, 
el naranja se prostituye en rosa mutante 
y ceniza. 

El cielo pierde lumbre, ya sólo quedan palomas 
y esos pájaros extraños, 
verde intenso sobre fondo de plomo, 
desplazados. 

Son las brumas y los contornos que definen el paisaje, 
son las brisas calientes que emanan 
de la rejas reforzadas que recubren el cemento, 
respiraderos de una caldera habitada 
por el alma de mil lombrices de acero, 
y en su interior, 
el calor de corazones rotos, tal vez astillados, 
que vuelven a sus hogares cansados  
mientras los semáforos iluminan la fina cortina de lluvia, 
la transpiración de una ciudad que de vieja no se queja 
y soporta su reuma y sus liendres doloridas, 
y su pulso terrenal en carne viva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario