Nunca volveré a ser el mismo perro
que ladraba, por ladrar, detrás de tus faldas.
Me esfumé con el humo negro,
náuseas de ilusiones envueltas en nostalgias.
Me convertí en sombra del olvido
rondando historias por los arenales,
me creí dormido sin sentirme vivo,
admirando espacios privados,
distantes.
Hoy me quedan dos de cincuenta
entre las páginas de “El Capital”,
un ático pequeño que fija su mirada
en un bosque de antenas,
una banda sonora perturbada
con Sabina en la substancia,
algunos vinilos mutados en posavasos
y verde anestesia para matar las noches.
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