Acudo al llanto
de la Dama Blanca,
la escucho,
me abraza,
es devota aliada, guía
y compañera,
me aletarga cuando quiero
ser persona
me serena si deseo
que los demás lo sean.
Es la voz de la dormidera,
la amapola celeste que entra en vena
y penetra,
destilándose en la conciencia.
El zippo y la cuchara,
la sangre traicionera,
el enfoque templado de un saber
que no cree en nada.
Vivo de sus redes,
junto a Morfeo destilando
las dulces aguas del Leteo,
como esclavo, amo y dios,
como caballo diligente,
como gusano que ansía
atravesar la corteza terrestre,
atravesar la corteza terrestre,
y en un hueco de arcilla alba
dejar los huesos, sin marca,
sin nombre
sin cruces
ni estrellas
ni lápida.
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