Vuelas hacia mi en blanco y negro
recogiendo esbozos de niebla a tu paso,
yo mantengo el equilibrio rozando
los párpados
contra el arenoso revés de tus pupilas.
En la calle está lloviendo,
como cada uno de los cien mil días
que adoptamos,
y el arcoiris se difumina en la intangible tristeza
de la ternura.
Tus alas abanican suspiros mientras avanzas
por la enormidad de la ficción,
yo bailo en círculos,
como un derviche senil obsesionado
con Franco Battiato,
y se arremolinan las hojas secas en tornado ocre
de sangre otoñal y lágrimas sulfúricas.
Y en lo alto,
disipando nubes con la intensidad de tu aleteo
eclipsas el sol,
y cada resto de paciencia
se desprende de tus entrañas,
arde si roza con la nostalgia
de mis gemidos.
Así es niña,
ni el aire que respiro es suficiente
si te acarició en pleno vuelo.
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