miércoles, 14 de octubre de 2015

Muere el sol devorando
las sombras de los edificios.

En el corazón del mundo -ese que es sólo mío-
sonríen
los espectros.

Muere el sol,
su destino imperecedero
entreteje los caminos.

Desde un margen, -apenas intangible-
observo el revoloteo errante
de los quirópteros.

Bajo los arces aceitosos
los necios deambulan enganchados,
murmuran sublimes pensamientos
que lubrican las mejillas,
señales de amor-sexo-amor,
el penetrante cortejo,
amable,
complicado.
La alborada será para ellos
un laurel de sufrimiento prohibido.

Oigo sus risas,
recuerdo cuando los árboles de Madrid
vestían nuestros nombres.

Muere el sol,
ahora soy yo quien devora
las sombras.

Cierro los ojos,
apreso los últimos fulgores,
los licuo
junto al recuerdo turbio de tus caderas.

Muero yo,
y un sol sin pasiones
bronceará esta vez
tu vientre.

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