domingo, 11 de septiembre de 2016

Cuando la tarde se ajusta, como piel de serpiente,
y las arenas que recubren las dunas se compactan,
se endurecen,
se tornan cemento,
es cuando me doy cuenta de la soledad que emerge del silencio.

Las paredes,
de una sobriedad insostenible,
igualan exterior e interior.
Mecido por las moscas paladeo el aire caliente,
y grito,
y devoro pornografía trashumante
destrozando el sofá con mil vueltas.

Entonces cierro los ojos,
abro la mente,
-puertas de la percepción tras humo denso de goma-
y las conversaciones acuden a mi encuentro:

                        -El monólogo genocida de quien plancha en el piso de al lado.
                       
                        -Los gemidos de afirmación que entrecortan
                         las extensas disertaciones del catedrático del segundo.
                       
                        -La voz rasgada  de la reina alcohólica que habita
                         más allá de las nubes,
                         que lucha a gritos contra la indiferencia agobiante del joven príncipe,
                         y se escupen adicciones a la cara,
                         se amenazan,
                         se destruyen en suicidio colectivo y programado.

Recobro la consciencia y el sol sueña
con bañar de luz tierras mejores,
las sombras templan las corrientes y calle abajo
se pueblan las puertas con ancianos que discuten,
arreglan el infierno con sencillez impecable,

y yo,

ávido de contacto,

me abrazo al fantasma de ojos azules y sumerjo la mirada
en agua gélida.
rescato del olvido sonrisas,
dejo de mirarme las venas con intenciones mineras
y vuelvo a la intensa labor de contar horas
perdido en una espiral de minutos.

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