martes, 20 de septiembre de 2016

Llega el otoño,
se presenta entre aguas,
desnuda el bosque y enfría la noche
con su pátina de tristeza.

Desde la cueva se divisan las columnas
suaves y blancas de humo,
se alzan al cielo, lo manchan
de grises matices al contacto
con los nubarrones.

Me envuelvo en la manta,
apuro un cigarro de bellota,
ralentizo el tiempo y lo acompaso
con las ganas de vivirlo.

Aún así sonrío con indiferencia,
el oscuro espejo de 32 pulgadas
devuelve una mueca desagradable,
un perfecto desconocido,
un amago de náusea con piel ajada.

No existe para el malvado razón que entienda,
ni justicia.
Sólo puntos de vista y sugerencias
dictadas por las circunstancias
    - me da por pensar -

Pero sigo respirando,
despierto sólo a medias,
pero respirando, contemplando el hervidero,
soñando con hervir,
temiendo el momento en el que el sueño conecte
con la realidad.

Y no logre entonces discernir mi rostro,
del reflejo que devuelve el televisor
apagado.

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