viernes, 2 de diciembre de 2016

Me contaron en una ocasión, que en ciertos momentos, la línea de la vida sufre un reajuste, y a modo de vibraciones fluctúa a lomos de las derrotas, se estremece, y en un parpadeo, en un imperceptible instante, el mundo implosiona y surge el caos, las decisiones que tomemos, la manera de afrontar, de sobrevivir en el caos, marcará la diferencia entre la verdad, y la mentira.

Os cuento:

Pasaban escasos minutos de las doce de la noche,
la recepción del hotel en coma inducido.

Turno nocturno.

Semana de biorritmos neuróticos
y digestiones pesadas.

Horario de salida a las seis,
rumbo a Ítaca,
sin Penélope,
sin Telémaco,
sin irritantes asistentes
ni postulantes de impúdicas entrañas.

Un sofá entrado en años perdura
en un paisaje post-apocalíptico,
cómics abiertos, sollozando sobre una mesa
color silencio.

Luego, la hora de los placeres,
paquistaní en bellota, Doctor en Alaska y onanismo homicida,
la muerte del espíritu transforma la realidad en sueño,
y en el sueño, la serenidad de la inconsciencia.

E l d e s p e r t a d o r.

Comida recalentada,
agua fría sobre la nuca,
recojo el uniforme y regreso a la caverna,
ocho horas trasladando naturalezas empacadas,
entregando sonrisas-espejo.

Reflejo en piloto automático.

Y allí estaba,
a escasos minutos de las doce de la noche.

Desconectado el armazón que me sustenta
intuyo flotar los minutos,
el aire sabe a hierro,
se tiñe de artificiales tonos ocres y de fondo
el murmullo de la barra del bar disfraza de vida la estancia.

Siento las extremidades pesadas,
una picazón me recorre el cuerpo,
la sangre arde,
borbotea sin alterar el ritmo cardíaco,
intento mover las manos,
concentro los esfuerzos en doblar el dedo meñique…

…no puedo.

Las piernas tiemblan,
intento recordar,
intento repasar los últimos instantes de control,
aúllo por dentro,
cierro los ojos,
despacio,
slow motion patético y se reinicia el espacio-tiempo.

Retorna la velocidad de crucero.

Del ascensor baja Paul Atreides,
el puto Paul Atreides,
el puto Muad´div con sus ropas fremen
y la saturación de la especia
inyectando de azul sus ojos.

Miro alrededor, nadie se percata,
se aproxima, asiendo una caja,
me escudriña y murmura:

- introduce la mano imbécil.

No reacciono.

Muad´dib sonríe y comienzo a sudar,
la recepción se diluye,
las paredes se derraman arrastrando las baldosas flácidas,
las luces parpadean y la sonrisa de Atreides
se transforma en una áspera carcajada que engulle
la brisa del bar.

Siento el corazón alojado en la garganta.

Suena el teléfono, bofetón de realidad y vuelve la quietud.

La recepcionista me señala,
en sus ojos la necedad y la cólera se combinan,
mueve los brazos, gesticula,
retomo la consciencia en su inmensidad,
me llevo la mano al corazón y arranco la chapa que me etiqueta…

… despierto.

Despierto al mundo y de un portazo
alejo las tinieblas,
renuncio a mi casa, a mis cómics,
abandono el cadáver hueco de otro yo,
una camisa de hombre-serpiente,
espontánea heredera de la serpiente embustera
que anidaba entre el Tigris y el Éufrates.

Y acaricio el camino,
arrojando sal por encima del hombro,
sincronizando el cuerpo y el alma,
con la certeza de estar un poco más cerca
de algún tipo de verdad.

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