lunes, 9 de enero de 2017

Las calles frías adoptan el ritmo frenético de la locura,
sin una sola arruga los trazos navegan por los lienzos,
desnudos,
sin influencias, sin fortuna,
mierda que viaja entre dimensiones paralelas,
imitándose, ignorándose, del pincel a los versos,
de los versos a las sensaciones artificiales,
decadencia como meta, muerte como metáfora,
desprecio como exaltación del lirismo.

El agua embotellada diluye plomo en su incolora existencia,
Times Square queda lejos,
la generación Beat,
el aroma de la carne cocida cercando las majestuosas entradas
de los cines de moda.

-Quítate la máscara, niño enfermo- gritaba la suerte,

-sonríeme puta malquerida, sonríeme y lloveré sobre tus muslos,
seré el ácido que corroa las entrañas del stablishment.

El peligroso mundo que nos aferra es de un rojo carmesí,
de un rojo carmesí que envuelve el aire,
que roza las ingles rosadas con el suave tacto de un glande de oro.

-Quítate la máscara niño enfermo,
suelta los pezones ensangrentados de tu madre y observa
como se empaña el cristal.

Oscuro espejo que muestra las rugosidades
del mundo,
en tus despojos buceamos, en tus úlceras, en las pústulas
de la post modernidad.

Dono hoy mi esperma,
rezo con las manos en carne viva,
niño enfermo que fornica con sus recuerdos,
niño enfermo que despoja de sentido
los orgasmos.

Y en los funerales del tiempo serán mis lágrimas,
y sólo mis lágrimas,
en realismo semi-onírico,
un exceso de bilis mimetizando con la dulce melodía
de un poema de Bukowsky.

No existe más realidad que el cansancio,
no existen más poetas que los muertos,
niño enfermo, escupe en tu máscara,
despójate de mentiras y traga cada verso,
cada poema,
con la voracidad de un alcohólico.

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