jueves, 7 de febrero de 2019

Nunca supiste que planeta habitaba,
sabías que me interesaban las alteraciones magnéticas
en las estrellas próximas a Alfa Centauri,
y que prefería el pez mantequilla cuando íbamos a cenar al japo.

Imagino que sospechabas de mis poderes especiales,
esos que de vez en cuando utilizaba
para derrotar al calvo gilipollas que se escondía
en el espejo,
yo te decía que todo poder conlleva una responsabilidad,
y te reías a todo pulmón,
haciendo aún más tediosas las resacas.

Pero no,
no me llegaste a conocer,
es cierto que sabías cómo me gustaban las mamadas,
y que era disciplinado y aplicado
cuando de tu orgasmo se trataba,
creías que mi sueño era follar como Bukowski,
y como si fuera Bukowski follábamos,
pero no existía un gramo de verdad
en el más desnudo de tus gemidos.

Yo sólo quería morir perdido en tus ojos,
lo demás,
eran fuegos de artificio.

Recuerdo el verano en Cadiz,
por algún motivo seguías mis pensamientos por el paseo marítimo,
yo,
que soy un poco imbécil,
trataba de ocultarlos,
los escondía bajo las telas de colores,
los difuminaba con el humo denso de las flores,
pero obstinada como nunca
hervías en deseos de violar mi psique
con tu vibrador de ectoplasma.

Así fueron pasando días, meses, años...
y de tanto quererte acabé herido
de desilusión,
mientras tú te volvias Venus de Milo, desesperada
por abrazar tempestades.
Nunca supimos decirnos adiós,
tuvo que venir el puto cáncer a deshacer
los ovillos de esparto.
Es curioso cómo ahora tu recuerdo
trepa por mi estómago como una lagartija
que se muere de frío.

Pero no te echo de menos,
porque me prohibiste mentirte
el día que me obligaste a odiarte.

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