miércoles, 13 de febrero de 2019


Aun no amaneció y tú me esperas en la plaza,
la gran carpa dorada abraza tu muslo
y desde la acera
apenas comprendo
por qué estás
ahí.

La situación es un caos de emergencias esfervescentes,
el choque de los fractales
contra los escarpados acantilados
generan vórtices ilusorios de catarsis sísmica,
y en el epicentro de dicho paradigma,
debiste tropezar
y caer en mis brazos.

Recuerdas mi sonrisa cálida
esa que te hizo sentir en casa,
y yo,
que siempre he sido muy pasional,
me limito a imitar a las hienas
mientras aprieto el gatillo:
                - Podría ser tu padre,
                  y si tu madre se parece a tí
                  me hubiera encantado follármela.

Pero te lo tomas a broma,
y entre risas muerdes mi labio inferior,
tan joven,
tan torpe,
no captas la urgencia,
la necesidad imperiosa de bañarme en tu desprecio
y saborear de tus labios
cada insulto,
cada maldición.

El mayor gesto de amor que jamás pudiera concebir
se basa en la necesidad de alejarte,
y que comprendas que veinte años es un mundo
que necesitas explorar sin mi.

No hay comentarios:

Publicar un comentario