Nadie se acerca,
nadie lo sabe...
A escasos metros de la arboleda
el pozo de piedra porosa dormita,
henchido de rocío se viste
con la fina seda de las arañas,
con el terciopelo cobrizo
del musgo latente.
Poderoso antaño,
anclado en su espacio,
recuerda las lejanas vibraciones,
dulces cosquillas que lentamente
le fueron robando.
Aún nota la majestuosidad
de la férrea diadema
como quien siente el escozor
de un miembro amputado.
Apenas inmune al paso del tiempo
aprendió a predecir la lluvia
leyendo en las caricias
del viento.
Con más experiencia que sabiduría
atesora el olvido
en el perfume de las madreselvas,
y llora lágrimas de invisible añil
que inundan los surcos
labrados por los gusanos.
Mientras, bajo tierra,
prisioneras allá en el fondo,
sus aguas se tornan
cada vez más negras.
Nadie lo sabe,
nadie se acerca...
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