sábado, 14 de junio de 2014

Cuento

Era Yukiro, la más bella flor del reino, nacida de las lágrimas de la luna al verse reflejada, plena, en el azul mar de oriente.
Cuentan que fue un alma rebelde, impetuosa desde la más temprana juventud, altiva y engreída a base de halagos y loas, prepotente y caprichosa.

El príncipe, que bebía los vientos por ella, abandonaba su voluntad  a su merced.
Pero quiso el destino que una guerra cruenta alejara al príncipe de Yukiro, y al volver, sólo sufrimiento y pesadillas le acompañaron.
Desde su regreso veía en Yukiro fealdad y la trataba con desagrado, evitaba el contacto con sus ojos rasgados, semanas antes, opio para el alma, su sola presencia lo irritaba y despertaba en el príncipe ataques de violencia y locura, el rey, preocupado desterró a Yukiro.

Fue Yukiro hacia el oeste, cruzando encrespadas cordilleras y hermosos parajes de un verdor intenso.
Buscó un camino en las estrellas, un camino del que había escuchado susurros perdidos entre los comerciantes gaijin, un camino al fin del mundo.

Pasaron los años y el príncipe, ya rey,  enfermó. Tripas ensangrentadas y miradas de ultratumba le desvelaban, sus ojos se hundían, se volvía calavera de cera.
Médicos y hechiceros de todo el reino acudieron a palacio tratando de hacer fortuna, pero el príncipe no mejoraba.
De los arrabales y leproserías llegaban historias de una dama capaz de sanar el alma, y de palacio enviaron emisarios para encontrarla.

Cuando el príncipe tuvo frente a frente a la dama retiró el velo que siempre cubría su rostro para descubrir a Yukiro más bella de lo que jamás recordara.

Yukiro se acercó al príncipe y le susurró unas palabras al oído, el príncipe se volvió arena y un viento huracanado del oeste esparció sus restos por los campos, de cada grano germinó un cerezo.
Yukiro abrió sus venas, la sangre cubrió de rojas flores los cerezos hasta dejar un cuerpo momificado envuelto en sucios ropajes.

La luna regó con sus lágrimas el prodigio, Yukiro y su príncipe, en paz, serían unidad, al menos una semana, por toda la eternidad.

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