lunes, 29 de mayo de 2017



Ciega y descalza, la voz de la conciencia
babea sobre las aceras,
las astillas muerden la carne
que se contrae y sacude
las paredes interiores del estómago.
Acepto con gesto comprometido
el amargo baile de los sauces,
el oleaje alcohólico
de un océano sin vida.

Me impulso por fragmentos estacionales
que a la tarde acuchillan,
rechazo la mirada del cosmos autista,
fisonomías pálidas, bocas negras,
hipnosis digital, sistematizada,
y el sol palidece acallado.
Siento entonces cómo se corroen
los ferrosos barrotes de la ventana,
en comunión empática
mis cicatrices se ahuecan, se desfiguran,
aspiro a través de ellas la salinidad
de la noche,
el hastío rítmico-selectivo…

Párpados grises, párpados de arenisca
confinando en círculo de fuego
la penumbra,
licuando el estruendo con el silencio,
y tras ellos, agazapada en la retina,
la mística homicida de quién anhela
ser parte de su nívea piel.

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