martes, 29 de enero de 2019

Los ventanales son arruyos de luna que se pierden en la noche,
guiños ambarinos en la quietud de la calle.

Dos animales lamen las heridas de su piel renovada,
dos animales de mirada triste,
salvajes.
Locos atrapados en redes de cristal,
que buscan en las mentiras
un rumbo de colisión.
Cosen sus bocas con hilo de acero,
el mismo hilo templado con susurros
y caricias imperfectas.

Un gemido
que quiebra las fronteras,
miradas de lúbrica antimateria
humedecen las sábanas,
los muslos...

...y en frente,
devorando paraísos distópicos,
sus ojos azules enfría las corrientes,
se desangran sobre las aceras
como plástico derretido,
abrasando,
abrazando el polvo de olvidos.

Dos animales que de tanto hablar
decidieron no entenderse
y buscar destellos en los aguaceros,
dos animales que olfatean,
la insufrible belleza del caos.

Los ventanales son ahora ojos de fuego que se autocomplacen,
y no quedan resquicios de ternura enredados en los versos,
ambos lo saben ,
pero el oasis de metal se sublima,
elevando las malas hierbas a categoría lúdica.

Dos animales que lubrican espectativas con la fuerza de un adiós,
y que,
en sus madrigueras,
ocultan los ojos, la garganta, la imagen del espejo...

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