domingo, 20 de enero de 2019


Viajas por el éter sumergiéndote,
como una mosca vigoréxica
atrapada en un tarro de miel,
y golpeas el cristal con tus músculos
de sangre y goma,
atento al susurro de algún fantasma,
al silbido del tren
con destino a ninguna parte.

Viajas sin moverte apenas del sitio,
de la tienda de ultramarinos
al tercer piso,
del tercer piso
a la azotea,
de la azotea al rincón donde mean los gatos,
donde recojes los versos que olvidaron
los vacíos insomnes.

En esta sucesión en movimiento
de imágenes en sepia
eres la voz del maldito,
los ojos del espino,
el protagonista absoluto de un corto experimental
sin repercusión mediática.

Un agujero negro de medias verdades y apologías completas.

Disfrutas creyéndote el revés del reflejo en el espejo,
y consciente sonríes,
abrazas la certeza de vivir atrapado
en un bucle interdimensional
donde las nubes llueven tequila,
y los pájaros son cirróticos animales
que vomitan alpiste
sobre los parabrisas de los coches.

Pero nunca es tu coche, ni tu bucle, ni tu espejo,
es algo que ulcera más la herida,
algo que lacera tu costado y enciende
cirios con el calor
de tu vientre.

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