lunes, 29 de julio de 2019

Hace calor en la reserva,
ni las putas hormigas salen hoy de sus agujeros.
Gina de la familia de los Perros se masturba en el sofá,
es retrasada, le gusta darse placer, lo hace de manera inconsciente,
su madre era politoxicómana,
murió de sobredosis cuando ella a´un no había nacido,
la sacaron de su vientre a navajazos.

Su abuelo, Perro Gris, fué hace tiempo el jefe de su tribu,
ahora recuerda a su hija muerta,
y mira hacia otro lado cuando los paletos del pueblo
vienen borrachos a follarse a su nieta.

Unos pavos más para bourbon.

El camino de tierra serpentea desde el poblacho,
desde lo alto del cerro la polvareda anuncia visita,
Perro Gris silba y Gina sonríe mientras saca sus dedos húmedos
de la entrepierna.

- ¡Avisa a tu tío, zorra retrasada!
grita desde el porche el viejo indio.

Gina corre colina abajo, hacia la caravana,
allí descansa Koda después de la borrachera,
es camello, pasa meta cerca del casino,
vuelve a casa de madrugada, bebido y caliente,
a veces se folla a su sobrina sobre el colchón mohoso,
y Gina pone los ojos en blanco y abre la boca
mostrando los dientes amarillentos y retorcidos.

Koda carga el rifle y sube tan rápido como puede,
la camiseta sucia se adhiere a su enorme tripa,
sudoroso, jadeante, alcanza la altura de Perro Gris,
y apunta al coche que se acerca.

- Si vienen a por la niña la pasta por delante-
dice Perro Gris.

Koda sospecha, es un coche lujoso, no es ningún paleto
del Mayflower.
-Esos vienen por otra cosa, Padre-
y con el esfuerzo de un oso infartado se sube al tejado.

Cuando el coche se detiene en la entrada Perro Gris sale al paso,
los cristales tintados, el motor apagado,
del metal del capó una distorsión ondula el aire,
salen dos indios, enormes,
de negro impecable, camisas blancas
corbatas negras, el bulto sospechoso de un arma
a la altura de las caderas.

Del asiento del copiloto se baja Unktehi, de la tribu Lakota,
dueño del casino, sonríe y su sombra se alarga,
Perro Gris tiembla al reconocer al kee-wakw.

Gina sale corriendo a su encuentro,
Unktehi le raja el cuello al llegar a su altura.


- Ya se derramó la última gota de inocencia-
aulla el hermano lobo,
-Se unió con el gran espíritu el último rayo de luna-
graznan los cuervos.


Koda dispara dos veces a los pies de Unktehi,
no es tan imbécil,
los hombres de negro sacan bidones de gasolina,
los lanzan al interior de la casa.

Perro Gris lamenta entonces su pacto de juventud,
mira al kee-wakw, asiente,
se derrama el contenido de uno de los bidones,
no recuerda que su hijo le cubre desde el tejado,
enciende su viejo zippo y se lanza al interior de la casa.

El coche se aleja por el camino, dejando tras de sí
la fuerza purificadora del fuego,
el humo negro que asciende
dibujando la eterna sonrisa
del diablo.



* Kee-Wakw
Esta figura mítica es llamada también Giwakwa, Chenú o Kiwakwa, y pertenece a la tribu wabanaki (cuya traducción podría ser “Amanecer de la tierra” o, “Pueblo de la primera luz”), cuyos territorios actualmente corresponden a los estados de Vermont, Maine y New Hampshire.
Un kee-wakw podía pasar por un ser humano normal hasta que se enojaba, entonces se convertía en un gigante con enormes colmillos, más alto que los árboles, y a quien le encantaba el sabor de la carne humana.
Si tu magia ya no me hace efecto, ¿cómo voy a continuar?

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