martes, 31 de diciembre de 2019

En la habitación paso las horas esperando,
los lobos no llaman a mi puerta,
deslizo los dedos por las hojas del libro que invoca soledades,
me corto la yema del índice, marcapáginas dulce de sangre,
capítulo de hermandades moribundas...

... los ojos escuecen...

Suena la música, y entre el gentío soy lágrima de granito ingrávida,
y siento las vibraciones brotar del suelo y ascender con los saltos,
es un torbellino de ondas y sudor,
frenéticos cuerpos que brillan, emanan elixir de felicidad
mientras el cuervo negro picotea el asfalto,
asustado, ignorante de aquello que le rodea.

Busco alrededor un asidero de melancolía,
tal vez un par de ojos acuosos, una sonrisa sostenida
por el esfuerzo de mil convenciones sociales,
y menguo, me hago pequeñito,
observo el crecimiento sostenido del techado,
como un zoom que se extiende hacia el infinito...

No veo a nadie entre la niebla, nadie para evitar la tormenta,
no me inquietan las hostias del amanecer,
ni los mordiscos agrios del espejo,
porque me convertí en nada,
nada gris que se propaga por las juntas de las baldosas,
un fantasma sin ruina,
un payaso quincenal que se esconde
tras la máscara de un ser vivo,
un gilipollas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario