lunes, 16 de diciembre de 2019


¿Puede un cobarde despedirse, abrir sus venas y empapar con sangre la cabeza de la serpiente?


El cobarde recoge los cascotes del armazón dorado,
barre el polvo de las ilusiones
y espera que llegue la noche.
Como un murmullo perdido en la oscuridad
el viento se escuda en frases huecas,
para no decir nada,
pretende anular los meses, las semanas...

... y el cobarde se imagina cobarde,
descubre que el espejo es un dios olvidado
que ríe con los dientes podridos,
después destruye las ilusiones
sin el más mínimo interés por el semejante,
y se siente bien.

Cobarde es quien se esconde,
quien se oculta tras las sombras,
inquieto...

Descuidando el oleaje,
piensa que un adiós es necesario,
y revienta las teclas del portátil buscando
la fórmula ideal,
la forma correcta de frenar la caída,
la forma perfecta para informar al oponente
de su mínimo interés por el juego.

El cobarde dibuja mentiras con esperma,
y sostiene las imágenes fugaces entre sus dedos,
nunca las pidió,
nunca quiso ser el secundario
de una película de Richard Curtis,
pero el cobarde huye,
¿verdad, mirada triste?,
el cobarde escapa de la realidad y soporta
el silencio avergonzado.

Cobarde es quien se esconde,
quien se oculta tras las sombras,
inquieto...

Nunca supo el cobarde de su cobardía,
siempre confundió la prudencia con la arrogancia,
la falta de horizontes con el aburrimiento.

Siempre supo que frente a la nada
elegiría el frío antes que el vuelo.

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