martes, 11 de mayo de 2021

Esta es una soledad que podríamos reducir a un abismo de silencio,

una marejadilla de espumas doradas

que desgastan las rocas,

desnudas y letales que se deshacen

como la luna en mi sangre.


Alguna vez te comenté,

vieja amiga,

que golpear una y otra vez el espejo se convirtió

en una especie de monotonía

sin sentido,

hasta el día que conseguí quebrar el tiempo

y ante mí surgieron dos realidades,

una ya la conoces,

esquirlas por el suelo

el frío cristal teñido de púrpura...

En la otra, sin embargo,

era yo quien se rompía,

y penetraba fragmentado

en lo profundo del espejo.


Amiga, mi más inquietante amiga,

si alguna vez quisiste ser sombra de mis lamentos,

olvidaste entre los naranjos las llaves,

me consta que las cubrió un manto de flores de azahar comatosas.


La realidad,

amiga del alma,

se transformó en la posibilidad de conocer los placeres de la arrogancia,

me convertí en dos grandes ojos legañosos,

que ignoraron la noción de luz

hasta que la noche los ahogó.

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