Esta es una soledad que podríamos reducir a un abismo de silencio,
una marejadilla de espumas doradas
que desgastan las rocas,
desnudas y letales que se deshacen
como la luna en mi sangre.
Alguna vez te comenté,
vieja amiga,
que golpear una y otra vez el espejo se convirtió
en una especie de monotonía
sin sentido,
hasta el día que conseguí quebrar el tiempo
y ante mí surgieron dos realidades,
una ya la conoces,
esquirlas por el suelo
el frío cristal teñido de púrpura...
En la otra, sin embargo,
era yo quien se rompía,
y penetraba fragmentado
en lo profundo del espejo.
Amiga, mi más inquietante amiga,
si alguna vez quisiste ser sombra de mis lamentos,
olvidaste entre los naranjos las llaves,
me consta que las cubrió un manto de flores de azahar comatosas.
La realidad,
amiga del alma,
se transformó en la posibilidad de conocer los placeres de la arrogancia,
me convertí en dos grandes ojos legañosos,
que ignoraron la noción de luz
hasta que la noche los ahogó.
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