Nada susurra el viento
cuando se filtra, descarado,
por las rendijas de mis traumas.
Se evaporó el valor de aquellas charlas
ahora perdidas en el tiempo.
Aquellas pisadas de caballos desquiciados,
las oníricas imágenes,
los dedos empapados en orgasmo,
tiempos febriles de los que nada queda.
Nunca rocé el olor de su sexo,
no sentí el calor húmedo
de su lengua,
no hizo falta,
no fue necesario para ausentarme
cada madrugada de la realidad,
y amanecer saciado
regando con esperma sus palabras.
Aún así no lo echo de menos,
no podría
aunque deseara con todas mis fuerzas
asir su cintura,
no lo echo de menos porque
dentro de mi estúpida sonrisa
se esconde un terrible monstruo
egoísta,
un yonki narcisista,
un depredador de la mentira
que se empalma
soñando en braille.
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