martes, 11 de mayo de 2021

 Qué bonito es mirar

la espiral que forma la niebla

cuando funde su crudeza con el CO2,

un vórtice de certezas

que aspira el polvo de las aceras

y lo transforma

en pequeños diamantes cancerígenos.


Qué agradable escuchar

un Orfeón de sirenas

que se pierden y se encuentran

en la dimensión desconocida,

una orquesta de nervios

que desplaza sus silencios

hacia costas aún en guerra.


Qué mágico sentir

la lluvia fría de febrero,

y recorrer los senderos

que marca caprichosa en tu frente,

y jugar con las corrientes,

acariciando despacio los posos

de tu alma perdida.


Qué placer respirar

las mezclas de miles de sueños,

el dulzón aroma del muerto

que no cae al suelo

por no molestar,

un perfume de madreselvas,

de madroños y alcantarillas

que envuelven invisibles

las torres de mi ciudad.


Qué alegría se intuye

en las notas que escapan de los balcones

y se pierden envenenadas

por las callejuelas de La Latina,

embajadoras de mil y un universo

reacción al miedo y a la tristeza.


Cinco sentidos no encajan,

cuando los atrapas bajo un cristal,

con la percepción de la realidad,

con la estúpida nostalgia.


Falsos y engañosos sentidos,

que aún ciego sordo y mudo

se restriegan por los muros

como una gata en celo.


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