Qué bonito es mirar
la espiral que forma la niebla
cuando funde su crudeza con el CO2,
un vórtice de certezas
que aspira el polvo de las aceras
y lo transforma
en pequeños diamantes cancerígenos.
Qué agradable escuchar
un Orfeón de sirenas
que se pierden y se encuentran
en la dimensión desconocida,
una orquesta de nervios
que desplaza sus silencios
hacia costas aún en guerra.
Qué mágico sentir
la lluvia fría de febrero,
y recorrer los senderos
que marca caprichosa en tu frente,
y jugar con las corrientes,
acariciando despacio los posos
de tu alma perdida.
Qué placer respirar
las mezclas de miles de sueños,
el dulzón aroma del muerto
que no cae al suelo
por no molestar,
un perfume de madreselvas,
de madroños y alcantarillas
que envuelven invisibles
las torres de mi ciudad.
Qué alegría se intuye
en las notas que escapan de los balcones
y se pierden envenenadas
por las callejuelas de La Latina,
embajadoras de mil y un universo
reacción al miedo y a la tristeza.
Cinco sentidos no encajan,
cuando los atrapas bajo un cristal,
con la percepción de la realidad,
con la estúpida nostalgia.
Falsos y engañosos sentidos,
que aún ciego sordo y mudo
se restriegan por los muros
como una gata en celo.
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