domingo, 24 de julio de 2022

 No entré en aquella cantina por casualidad...


Hace tiempo que estuve en la Ciudad Antigua

y conocí al Señor Mugre,

entonces me pareció un hombre raro,

demasiado nervioso,

pero nunca me gustó juzgar a la ligera.


El Señor Mugre tenía varios aspectos

de personalidad que coincidían

con mi completa falta de carisma.


Valiéndose de su perspicacia

me abordó, y le dejé hacer,

pensé que era un cretino más

en busca de un incauto

que le pagara las copas.


Pronto me dejó claro su gusto por las drogas,

por el alcohol, por las mujeres, por los hombres,

por todo aquello dotado de un cálido agujero

por el que asomarse,

fuera este de entrada o de salida.


Llegaba a ser demasiado explícito.


Me llevó a conocer la cara oculta

de la Ciudad Antigua,

buceamos en los arrabales perdidos

tras los rascacielos vidriosos del uptown,

buscamos pelea con los estibadores parapléjicos

del muelle,

nos metimos pollos por decenas,

asaltamos alguna casa de apuestas

y alternamos con las entidades

de un burdel interdimensional...


... hasta que nos entró hambre.


Camino del restaurante discutimos de política,

mientras que el Señor Mugre era un radical

Stalinista Social Demócrata Cristiano,

y se masturbaba frecuentemente

con porno norcoreano,

yo siempre fui de no votar:


- Prefiero que aquellos

que me van a roban

sean elegidos por otros,

me hace sentir menos capullo.


Al Señor Mugre no le convenció

mi argumentación sin fisuras,

me llamó fascista de baja intensidad.


Bien entrada la noche el Señor Mugre

cogió prestado un auto,

quiso sorprenderme,

tal vez escandalizarme,

y tuvo la osadía de invitarme

a una lectura clandestina de poemas.


-¿Poemas subversivos?- Dije en voz alta.


- No, estimado gañán, poemas de verdad.


Durante el camino no hacía otra cosa que preguntar:


-¿ Qué es un poema de verdad?


Pero el Señor Mugre me miraba en silencio

y subía el volumen del reproductor del coche.


-En serio, insistía, ¿Qué es un poema de verdad?


La música reventando los altavoces

era la única respuesta, un estribillo

cantado con desidia y chulería

se sostenía por una base dembow :


"Te quiero asotá con mi morcón,

que batas los huevos hasta que monte,

cremeal tu espalda, chingal como perrito

a cuatro patas ailoviu mi amolsito"


Estaba a punto de sangrar por los oídos

cuando detuvo el vehículo,

frente a nosotros se extendía un vertedero,

gaviotas alcohólicas planeaban con dificultad

trazando círculos disléxicos en la oscuridad

de la noche,

las ratas buscaban lugares exóticos

entre los huecos de la chatarra,

copulaban mientras se hacían selfies

para sus cuentas de Instagram.


-Ven, ven, pasa, me decía el Señor Mugre,

pasa y olfatea los gases, deja que el hedor

penetre en la garganta,

siente la náusea, el asco...


No entendía nada,

el sudor creaba cauces desbocados en mi espalda

la gota fría, el viento febril,

comencé a marearme...


El Señor Mugre miraba y reía,

aplaudía y giraba a mi alrededor:


- Vamos poetucho, escribe, escribe...


Y reía,

bailaba y reía,

reía y bailaba...

mientras yo,

postrado de rodillas,

a duras penas

podía contener las arcadas.


El aire se transformó en palabras densas y artificiosas,

el asfalto se tiñó de bilis,

las gaviotas trazaron elipses luminosas,

dibujaban cintas de Moebius que escupían

verdades de un azul oscuro,

casi negro...



















Desperté días más tarde frente al mar,

en las cálidas costas de Maracaibo,

distinto país, distinto continente,

había perdido todo el efectivo,

parte de la ropa y el sentido del humor.


Pasaron meses desde aquella aventura

cuando volví a ver al Señor Mugre,

estaba en una librería de Tirso de Molina,

lo encontré más ajado, triste, gris.

Pedía limosna junto a la entrada,

pensé que no me reconocería,

pero se puso en pie,

me señaló

y gritó mi nombre mientras lanzaba

poemas de Bukowski y de Billy McGregor

al cielo de Madrid.


Entonces lo entendí todo,

lo entendí de verdad:


No entré a aquella cantina por casualidad.

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