sábado, 28 de septiembre de 2019

Mira esa nube, blanca, redondeada.

Tiene la forma precisa, modelada por el viento.

Ambos sabemos que esa nube posee en su interior
tardes de asombro, también tardes de llanto,
no te importa, no te importa demasiado,
lo sé porque me sonríes,
pones tu cara de "estás loco",
entonces veo a Dios en tus ojos.

Mira el espejo,
cien mil esquirlas concéntricas conforman un puzzle
curioso,
a veces el puzzle soy yo, otras veces eres tú,
la mayor parte de las veces son desiertos de polvo.

El día que me susurraste:
-mírame a los ojos-,
ese día dejé de buscar hormigas en la tarima,
me convertí en hormiguero
discreto, silencioso hormiguero
que nutre de sombras minúsculas
los rincones del alma.

Mis hormigas roían la carne putrefacta
de Baudelaire, de Apollinaire,
-de cualquier gilipollas acabado en "-aire" -.

Mis hormigas excavaban estadios en los márgenes de los libros,
vomitaban sus palabras sobre mi oído,
y yo me adaptaba a las fantasías
de absenta,
añorando un mundo que no existía.

No pusiste reparos a follar en aquella callejuela
de Montmartre,
pero ya no me mirabas como si estuviera loco,
y mis impresiones volaron desnudas por un cielo de esparto,
presentí las mentiras como frases amables,
comencé a malinterpretar el estado de las cosas,
las palabras aéreas...


....dejé de ver a Dios en tus ojos.

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