lunes, 9 de marzo de 2020

Una del oeste...

El viejo arrastra las botas por el polvo,
a su espalda el sol
se desnuda lentamente,
abre las palmas de las manos,
-escupe-
el camino equivocado
el corazón del destierro.

Alza la mirada y ruega perdón.

En el desierto
los fantasmas copulan con los cactus, 
folladores de peyote gimen en la lejanía,
la jauría se acerca,
el sudor se desliza por el cuello,
forma el barro primigenio,
el ingrediente del pecado,
materia prima para un creador
bipolar.
La noche devora montañas en el horizonte,
se empalman los alacranes y Mamá Conejo Seco
calienta sus pócimas en el fuego,
el hombre viejo observa
desde el silencio de sus ojos enrojecidos,
mastica el sabor agrio de la muerte
deslizándose por la garganta,
saca fuerzas para apretar el diafragma,
y aullar con los coyotes.

La fría lengua del viento del este
lame las polvorientas llanuras,
y el viejo desliza un espejo por la superficie.
La manta de paño no es suficiente,
se acurruca bajo el árbol de Josué...

...espera el perdón.

El amanecer destruye las esperanzas,
los jinetes se acercan
y no habrá piedad.
Es la hora de los justos,
entumecido,
asustado, repasa sus errores,
acepta su destino.

Cuando llega el momento,
el viejo sonríe,
ya no ruega,
ya no suplica,
ya no necesita el perdón.

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