lunes, 14 de septiembre de 2020

 La primera vez vino de un cielo negro,

su vestido era un veneno de turbia transparencia,

sus labios perfectos,

le acompañaba el sonido de tres mil caracolas

y los destellos de un corazón roto.


Fue interesante experimentar su tacto,

la efímera delicadeza de una caricia.


Luego,

en otra vida,

en otro mundo,

brotó del centro de la tierra,

la sonrisa serena,

los ojos expresivos, esculpidos con versos de Benedetti,

sentí sus dedos sobre mis manos,

entrelazándose.


Maté a Charles B.

y soñé con lluvia, con sus labios húmedos.


Más tarde,

ya fuera de la realidad,

sorprendió su mirada mi descanso,

y aún consciente del fin,

sabedor de no volver a soñar jamás,

se la devolví,

aguantando el viaje por un azul de azules,

veta verde-agua de sus pupilas.


Y allí me perdí.

Como un idiota que mira pasar el tiempo

sin saber que el tiempo pasa.


La última vez ya era tarde.

Las farolas de la calle teñían de ámbar las gotas atrapadas en la niebla,

y entre brumas de dióxido

mi cuerpo chocaba contra el escaparate del sex-shop,

esperando que un viento frío

enderezase mi camino...




Fuiste el sol que anuncia la primavera.


Yo, sencillamente,

el fantasma que se quebraba

en las noches de otoño.

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